An Incomplete Tought About Justice
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Hace un tiempo la idea de justicia Rawlsiana (por el filósofo norteamericano John Rawls) me voló la cabeza. Para todo estudiante de economía es conocida (al menos por la famosa función de bienestar social), pero nunca la reflexioné, nunca me di el tiempo para pensarla y tratar de entender bien qué quiso decir. Mi impresión es que para los economistas está tan banalizado el concepto que la noción básica que se lleva un estudiante de Micro I o Micro II es de que, con el objetivo de maximizar el bienestar social, hay que maximizar el bienestar del individuo más desfavorecido. La idea detrás de esto no carece de fundamento ‘rawlsiano’, pero está tan simplificado que llevarse solo eso hace perder de vista que su planteo es uno de los planteos filosóficos más importantes del siglo XX. Si llegaste acá y no sabes que quiero decir con la idea de justicia rawlsiana, puedo intentar esbozar mi (probablemente injusta) interpretación:
La injusticia es inherente a la realidad humana y su principio fundacional es básico: no elegimos donde nacemos. Y no elegir donde nacemos implica mucho más que el lugar físico. No elegir donde nacemos implica que no sabemos quiénes serán nuestros padres, no sabemos qué talentos tendremos, no sabemos qué cualidades físicas, ni nuestras habilidades, tampoco el coeficiente intelectual con el que nacemos, nuestros genes, entre muchas otras cosas. Tampoco sabemos si heredaremos algo, o no, aunque, personalmente, esa es la desigualdad que menos me preocupa (porque es la única por la que podemos hacer algo). Teniendo siempre esto como trasfondo, recién ahí podemos pensar en situaciones que son justas y situaciones que no, ya que, balanceando por estas características que los individuos no eligieron, entonces podemos ver si las situaciones en las que se encuentran envueltas las personas son debido a su propio accionar o debido a las condiciones iniciales, que condicionaron ese accionar.
Rawls resumió todo con un concepto sumamente novedoso: el velo de la ignorancia. Lo que nos dice Rawls es que para saber si algo es justo o no deberíamos abstraernos de la situación al punto tal de ser ignorante respecto a quién uno podría llegar a ser en esa situación. Tal vez lo más fácil es pensarlo en contextos sociales (y, para los economistas, en asignaciones sociales). ¿La sociedad en la que vivís es justa o no? Imaginate mirándola de afuera, sin saber en qué lugar de la distribución podés llegar a caer. Esto nos da una postura mucho más imparcial para evaluar cualquier tipo de intervención que se pueda hacer en una sociedad. Esto es, el velo de la ignorancia. No es mi objetivo entrar mucho más en detalle, sino que estemos todos ordenados bajo el mismo esquema de pensamiento.
Entonces, la vida es injusta. Desde un origen es injusto porque la ruleta de los nacimientos nos hace caer en un lugar donde, a partir de ahí, todas las decisiones que tomemos van a estar casi pura y exclusivamente predeterminadas por nuestro punto de partida inicial. Y este es, tal vez, el lugar de la vida donde más pesimista me considero. Mi percepción es que las condiciones de partida son tan, pero tan importantes que incluso si uno tomara todas las decisiones correctas en la vida, hay ciertos lugares a los cuales no podés llegar nunca. Con mis amigos lo hemos ejemplificado: si yo hoy, con 27 años y mi camino actual, tomo todas las mejores decisiones que la vida me va planteando que podría tomar, nunca podría llegar a comprarme una casa en Av. Melián o tener alquilado un court-side en la NBA[^1].
Ahora bien, la pregunta por la justicia no se agota en el plano de la distribución social o en los grandes esquemas institucionales. En algún punto, esa misma sensibilidad a la desigualdad —ese ejercicio de pensar qué nos tocaría si hubiéramos nacido en otro lugar, con otro apellido o en otro cuerpo— se cuela también en nuestra vida cotidiana, en cómo experimentamos las relaciones con quienes nos rodean. Porque, después de todo, ¿no evaluamos acaso también a los otros (y a nosotros mismos) en términos de lo que nos “corresponde” o “no corresponde”, de lo que sería justo o injusto en la pequeña escala de los vínculos? Me doy cuenta de que muchas veces, casi sin pensarlo, aplicamos una lógica parecida a la rawlsiana —aunque en versión doméstica y menos consciente— a nuestras amistades, a la familia, al amor. Y ahí las cosas, si bien menos teóricas, no necesariamente resultan menos complejas. ¿Cómo nos posicionamos, entonces, frente a la justicia —o la falta de ella— en los pequeños gestos cotidianos?
En este sentido, las preguntas son infinitas. ¿Cómo evaluamos el comportamiento de las personas? ¿Podemos tildar de injusto el accionar de las personas? ¿Podemos decir que la vida nos pone en posiciones injustas, las cuales a veces creemos que no nos merecemos? Para la segunda, probablemente John nos hubiera dicho que si, que podemos decirlo siempre y cuando la hayamos evaluado detrás del velo de la ignorancia. Ahora bien, respecto a la primera pregunta, no lo sé y no sé si Rawls tendría una respuesta. Y es una pregunta que me interpela porque creo que el humano tiene una tendencia general a pensar que, en situaciones incómodas, el accionar de las otras personas es injusto con nosotros.
En el ámbito de los vínculos humanos —ya sean de amistad, de amor o de simple convivencia— es frecuente que surja la tentación de juzgar la justicia del accionar ajeno a partir de nuestras expectativas o experiencias personales. Muchas veces, el malestar frente a determinadas conductas proviene de una concepción implícita de las relaciones como transacciones. En donde el acto de dar parece legítimamente demandar una devolución equivalente.
Sin embargo, esta lógica instrumental empobrece el sentido de la entrega. Si la motivación de los actos hacia los otros es, en el fondo, la expectativa de reciprocidad o reconocimiento, estamos desplazando la acción solidaria al terreno de la negociación, anulando así su valor genuinamente ético. La solidaridad, en su forma más auténtica, exige ser pensada fuera de la lógica mercantil y de la contabilidad de favores. Sólo allí —cuando el dar no espera devolución— puede hablarse de un acto verdaderamente desinteresado y, en ese sentido, ajeno a toda noción de justicia distributiva o reclamo de retribución.
Entendido esto, las relaciones amorosas, las amistades, los actos de solidaridad o de bondad en general, dejan completamente de ser injustos. El accionar de las personas ya no define la justicia con la cual una situación se desenvolvió… y así, nuestros actos son lo son: actos de solidaridad.
[^1] No tenemos consenso entre mis amistades. Para algunos sí puede suceder. Mi punto es que, que suceda, se vuelve algo muy azaroso y, poniéndome pesado, tal vez el azar (y las probabilidades de tener suerte) también sea algo que te puede tocar en la vida, como no. Mi madre tenía una linda frase para esto que es algo así como ‘en la vida hay gente que nace con estrellas y algunos que nacemos estrellados’.